Modesto
Barroso acababa de chequear el horoscopo de Virgo del día : “el dinero que
esperaba no llegará esta semana, Mercurio obstaculiza todas sus operaciones
bursátiles e inmobiliarias. Quédese en
casa y no salga”. Modesto cumplía religiosamente con las instrucciones de los
horóscopos del diario El Día pero no salir de la casa no cambiaba en nada su
rutina ya que apenas pisaba la vereda del barrio de Villa Crespo donde vivía.
Los
vecinos sólo lo visitaban cuando necesitaban algún trabajo de sastrería, ya que
su casa estaba detrás del local sobre la avenida Falcón, casi en la esquina con
Estanislao del Campo. La Sastrería “El
Corte de Galicia” era toda una reliquia en un barrio que había cambiado con las
generaciones y donde el trabajo artesanal ya no se apreciaba. Sin embargo, Modesto
siempre estaba ocupado ya que la calidad de sus trajes era casi inimitable y un
arte en extinción.
Sus
habilidades de sastre y su meticulosidad enfermante era lo único que destacaba
a Modesto. Su temperamento mercurial y su inabilidad de crear lazos afectivos
era una marca personal: Había vivido las vicisitudes de vivir bajo el Generalísimo,
sufrido el hambre y el hostigamiento y el único recuerdo de todos esos aňos de
sufrimiento había sido vivir una vida miserable en constante temor de que esas épocas
se repitieran.
Modesto
se había enrolado como Alferez en el ejército con sólo 18 aňos bajo las
promesas de oportunidades y una carrera llena de medallas y condecoraciones. Su
madre jamás derramó una lágrima ya que sabia que el ejército era la única
esperanza para salir de la indigencia.
La
realidad se presentó en forma muy diferente cuando el Teniente Teodulo Garcia
Martin a cargo de la Brigada “Guzmán el Bueno”, quien sufría agobiantes
problemas gastrointestinales, comenzó a indagar cuál de los conscriptos tenía
algún conocimiento culinario. Modesto, quien jamás habia cocinado un huevo
duro, se ofreció cual cordero de sacrificio ya que sabía que una papa quemada
era menos riesgosa que una bala perdida. Pasó varias horas y días en diversos
calabozos durante esos aňos hasta perfeccionar el arte de la sartén.
El Alferez
Primero Anastasio Lopez Aguilar, quien descendía de alta estirpe culinaria había
sido privado del privilegio de cocinar para la compaňía ya que el Teniente era
alérgico al ajo por lo que este ingrediente estaba estrictamente prohibido en todos
los platos del regimiento. Anastasio, ferviente embajador de la cocina gallega
y sabiendo que su vida corría riesgo si cometía semejante infracción, había elegido
lavar trastos, cortar cebollas y ser un pasivo observador. Durante esos aňos
turbulentos Modesto apenas se enteró de lo que pasaba en el frente de batalla.
Los múltiples destinos de la Brigada le permitían cambiar de aire y, cuando ya
la cocina no le presentaba tantos misterios, tenía más tiempo para descubrir
nuevos ingredientes y experimentar recetas más intrincadas, intrigantes y menos
riesgosas.
La Brigada había sufrido varios
devenires estratégicos, mayormente debido a las impredescibles diarreas de Don Teodulo a quien
se lo habia apodado “el rápido” por la prontitud con la que se recuperaba de
semejantes corridas. Las órdenes del Generalísimo Franco llegaban siempre tarde
y parte del mensaje se perdía en tránsito por lo que la compaňía se había
encontrado más de una vez en el destino equivocado o esperando instrucciones
que jamás llegaban.
Así pasaron los aňos de la Guerra
y Modesto volvió a Negueira de Muňiz, el pueblo más pequeňo de toda Galicia,
como se había ido hacía cinco aňos, sin un duro. Su madre lo recibió con poco
entusiasmo y mucha preocupación porque sabía que su hijo tenía pocos talentos y
demasiadas obsesiones que en un pueblo de solo 200 personas, eran de
conocimiento público y hasta considerados noticias del día.
Llegó solo una maňana de turbia
neblina y se encontró con las callejuelas del pueblo cubiertas de banderas y
papel picado del día anterior cuando se le había dado la bienvenida a Salomón
De Cuenavaca, hijo del Intendente y malcriadito local al que ahora se lo
consideraba heroe por el solo hecho de haber saltado un alambrado con inusual
destreza y lo suficientemente rápido para salvar su cogote y avisar a la tropa
que llegaban los enemigos. Esa pequeňa escapada había convertido a Salomón en
“Heroe Instantáneo”, el pueblo rejocijado en los falsos laureles. Las fotos de
Salomón triunfante cual Julio Cesar entrando a la Roma imperial empapelaban
cada esquina. Aunque la Ostería “Mala Noche” había nombrado a sus gambas “Las
Salomon al Ajillo” en su honor, seguían sabiendo amargas como siempre.
Durante los aňos de cocinero
durante la guerra, Modesto había aprendido a preparar unos cuantos platos. La construcción de las recetas no era del todo
clara y no seguían ningún patrón pero todas se destacaban por el elemento de
sorpresa ya que los ingredientes eran de lo mas variados y parecían tomar el
control del plato y los sabores. La bodega “El Rengo de Salamanca” perdió la
mitad de sus clientes y al cocinero cuando a Salomón de Cuernavaca uno de los
ingredientes del caldo gallego de Modesto no le cayó bien y se desplomó muerto sobre
el plato hirviente. Modesto se autoexilió
sin nunca poder discernir cuál había sido el detonante de su muerte súbita: el
caldo gourmet o el aguardiente altamente enriquecido.
Se volvió a saber de Modesto a
los pocos aňos gracias a un aviso publicitario de la tapicería “La Puntada Errática”,
donde se lo presentaba como “su nuevo tapizador amigo, quien le recomendará las
mejores telas para los trabajos más exquisitos de renovación de sillas y
sillones de su living y comedor”.
Modesto aprendió a coser de la
misma manera que a cocinar, de casualidad y a los golpes. La paciencia y la
dedicación habían ayudado, pero el tortuoso recuerdo de los aňos de penurias y
la angustiosa e interminable travesía de Espaňa a Buenos Aires era lo que lo
mantenía inspirado y siempre atento a las oportunidades. La dueňa de la tapicería,
Doňa Eulalia, era una anciana casi ciega. Sin familia ni herederos, Modesto se
convirtió en su hijo adoptivo y empleado, cuidándola y revitalizando el negocio
que se encontraba en un coma creativo. Modesto optó por los colores estrambóticos y
las geometrías descolladas lo que llevó a una revolución psicodélica.
Dona Eulalia, con su ceguera
avanzada, no reparaba en la descollante inspiración de Modesto y se sorprendía
por el cambio de clientela del local de Villa Crespo. En más de una ocasión sus
antiguos y leales clientes la increparon en la calle y le reclamaron una vuelta
a la calma creativa y a los colores otoňales. Doňa Eulalia retornaba de esas
conversaciones en tremenda confusión que Modesto estudiadamente oscurecía más
que aclaraba. Simplemente terminaba el interrogatorio mostrandole los sólidos y
crujientes billetes en la caja, a los
que por alguna extraňa razón, la Doňa distinguía con claridad y contaba sin
error todas las noches. Las decisiones
estrafalarias de Modesto habían sido muy bien recibidas en una Buenos Aires que
seguía entumecida en olor a tango y negro azabache.
Todo cambió el día que Rogelio Campana
se apareció en el local. Rogelio era un famoso cantante de boleros, más famoso
por la descabellada elección de sus atuendos que por su voz rasposa y
desentonada. Rogelio sabía que la fama no le duraría mucho tiempo y ahorraba
todo lo que podía para los aňos de fracaso que se le vendrían. Su pedido era
muy particular: una colección de trajes coloridos y fuera de lo común pero a
los que a la vez tendría que agregar un compartimiento secreto en la pierna
derecha de cada pantalón.
Modesto jamás había construído un
traje ni estaba al tanto de las tendencias de la moda pero cumplir con las
especificaciones de Rogelio era prioritario. Dejaría la arquitectura de la
pierna semiortopedica a su impedecible
inspiración.
Modesto practicó dia y noche y
cortó miles de metros de tela. Las especificaciones de Rogelio eran precisas. Rogelio
tenía una sola pierna, la otra la había perdido cuando su primo, al que
llamaban “el Cacique de la Paternal”, se la amputó accidentalmente haciendo una
demostración de destreza indígena utilizando un hacha oxidada perteneciente a los
indios Ranqueles que habia encontrado en la Feria de Antiguedades de Plaza
Francia.
El pedido de Rogelio era que el
traje le permitiera rellenar la pierna ausente con papel para lo que Modesto debia
crear un forro especial.
Rogelio había comprado su tela
barroca en Las Vegas de donde había llegado embriagado de colores y despifarro
de mal gusto.
Dona Eulalia era ciega y senil
pero tenía un sexto sentido que no la abandonaba cuando los demás sentidos y órganos
brillaban por su ausencia: la anciana era astuta, brillante y sabía dónde
estaba el buen negocio. Desafortunadamente, la pobrecita no llegó a ver el
producto terminado ya que nunca se despertó de la siesta del 5 de Noviembre. Modesto
se había encariňado con Doňa Eulalia y le preparó un velorio digno de una
reina, llena de encajes y brillos y tapada por la telas mas preciosas.
Dona Eulalia era judía y, aunque
no practicante, todo Villa Crespo la conocía, incluyendo el Rabino Samuel Moneylendavitz de la sinagoga local, quien dio instrucciones
precisas a Modesto de cómo preparar el Shiva. Durante los reglamentarios siete días de
recogimiento los rabinos de la colectividad aprovecharon para que les tomara
sus medidas e hicieron sus pedidos anuales que mantuvieron a Modesto ocupado
por los próximos seis meses. “Win-Win” como quien diría. “Nunca se pierde una
venta” hubiera dicho Doňa Eulalia orgullosa. De ahí en más la tapiceria “La
Puntada Errática” se convertiría en la sastrería “El Corte de Galicia”.
El traje le dió más de un dolor
de cabeza. Rogelio lo studió minusciosamente y al probárselo le quedaba de
perlas, sin embargo la prueba de fuego era la pierna falsa. Para probar la resistencia
de los materiales y la solidez de la pierna, Rogelio trajo una valija llena de
dinero. Sin perturbarse, rellenó la
pierna con los billetes utilizando el bolsillo secreto que Modesto había
preparado siguiendo las especificaciones. Los billetes se acomodaron estratégicamente
y la pierna tenía vida propia. “Money walks” diría el refrán.
Rogelio seguía trayendo billetes
y Modesto armando trajes estrafalarios. La sociedad duró muchos aňos hasta que
Rogelio terminó aplastado por el Colectivo 60 en Rincón de Milberg, a pocos
pasos de la bailanta. Los tragos salieron gratis esa noche cuando todos los
billetes que se escaparon de la pierna falsa adornaron el pavimento.
Modesto lamentó la muerte de su mejor
cliente y se vio envueto en una encrucijada ética cuando decidió especializarse
en servicios a gente de movilidad reducida. La idea de Modesto era sencilla:
reclutar gente en diversos grados de limitaciones, diseñarles ropa práctica e
informal y agregar bolsillos estratégicamente en todas las prendas para
multiples usos, algunos no del todo santos.
La segunda parte de su plan era más
complicada. Modesto poco conocía el submundo de la mafia: su fobia a los
espacios abiertos y multitudes le había impedido contactarse con los
delincuentes locales.
Mientras se encontraba en esa
disyuntiva moral, recibió con sorpresa noticias del Alférez primero Anastasio Pérez
Aguilar. Anastasio seguía en Galicia y se había convertido en un renombrado
chef dueňo de varios restaurantes y una impecable reputación. Sin embargo, en
su expansión patrimonial, había dejado unos cuantos agujeros negros con el
fisco. El “Tax Man” lo venía persiguiendo hacía tiempo y Anastasio había
escuchado de los trucos de Modesto y la sastrería a través del Centro Gallego.
Anastasio contrató los servicios de su amigo de Brigada quien le preparaba los
trajes según las medidas incluídas en su carta y los enviaba a Galicia, donde
Anastasio llenaba los bolsillos con los billetes y guardaba los trajes en el
ropero. Uno de cada cinco trajes volvía a Buenos Aires lleno de duros en forma
de pago.
Anastasio, en su imbatible lucha
contra el fisco, se había hecho de algunos contactos del mundillo del crimen
organizado de Galicia que tenía una sucursal bien instalada en Buenos Aires. El
jefe de este grupo era Pedro Gomez Miranda, un escueto hombrecillo que no
aterraba a nadie y sin embargo manejaba un relevante grupo de delincuentes
bipartisanos.
Pedro sufría de lumbago y vivía
agobiado por el dolor, por lo que era adicto a los painkillers. Los tomaba en
todas sus formas y en grandes cantidades que, por alguna razón, no le sacaban
el dolor de espalda pero le aplacaban los nervios. Pedro, con su enfermedad crónica,
pertenecía a un grupo de autoayuda donde reclutaba adictos ineptos para sus
fines pseudo criminales. Muchos de estos miembros habían luchado en la guerra y
sufrían diferentes discapacidades pero eran ambiciosos, dinámicos e impunes.
Pedro se enteró del
emprendimiento de Modesto y, en un momento de lucidez entre coctel y coctel de
barbitúricos e ibuprofeno, vio la luz. Sin demorarse y con un claro objetivo,
Pedro fue a conocer a Modesto quien desarrolló un Business Plan y el nombre de
Pedro se incorporó a la categoría “Socio Capitalista”.
Los trajes comenzaron a cortarse
en una organizada línea de producción. Algunos de los miembros del clan también
actuaban como modelos y recreaban la practicalidad de los diseňos, materiales y
calidad del trabajo terminado.
La importación y exportación de
trajes fluía rítmicamente mientras que las cuentas bancarias permanecían vacias
ya que todas las ganancias se encontraban en los roperos. El fisco no
sospechaba mucho porque todos mantenían vidas frugales y recibían sus
beneficios estatales como todo excombatiente. Nada sin embargo cambio para Modesto
que seguía sin salir de su casa, leyendo el horoscopo del Diario El Día y confeccionando
trajes incesantemente.
Modesto disfrutaba la buena
comida y el vino de calidad, de lo que no se privaba. El sótano del local de
Falcón se había convertido en un bodegón underground donde Modesto preparaba
festines a los que invitaba a la banda de Pedro que no dejaba hueso sin pelar.
Lord William Norfolk, con aire
aristocrático y tweed Made in Scotland, se presentó a Modesto con un espaňol
magullado y un escombroso British accent.
Sir William se encontraba varado en Buenos Aires en un viaje diplomático
de poca relevancia y al que había accedido solamente por el incentivo de la pesca
de trucha patagonica. En su escapada al
cono sur llegó a apreciar la elegancia de Buenos Aires, el tango y el bife de
chorizo pero aún asi extraňaba su húmeda y nublada Inglaterra.
El aviso del Diario El Día
invitaba a los nuevos clientes a hacer una consulta gratis y revolver entre los
nuevos géneros recién llegados de Europa. Lord William, curioso y extravagante,
decidió darse una pasadita por el local de Villa Crespo. Modesto no lo cautivó con su calidez ni su don
de gentes pero con su catalogo de trajes discordantes con la moda del momento.
Lord William, tradicional y excéntrico,
encargó un traje de tres piezas con múltiples compartimientos y grandes
hombreras. Sir William pertenecía a un centenario equipo de remo de Oxford
donde los colores brillantes eran parte del atuendo. Como tradición de las
regatas anuales, los equipos competían no solo remando sino también tomando
inhumanas cantidades de Guiness que debía ser escondida estratégicamente para
evitar la descalificación.
La sugerencia
del compartimiento secreto, de alguna manera había llegado a los oídos del Lord
que no solamente agradeció con reservada efusión y pagó en libras sino también retribuyó el favor con los números de
teléfono de todos los miembros del club de Regata y la House of Lords.
La mafia y el engaño se
presentaban en diversas formas y localidades pero todas usaban los bolsillos secretos
de Modesto y esto le daba extrema satisfacción. Su cogote estaba a salvo ya que
nadie sospechaba del silencioso sastre de barrio. El imperio de Modesto ya no
tenia fronteras y mantenía su Headquarters en Villa Crespo.
Pasaron los años, el club de Lord
William ganó la copa “We Are the Champions “en cinco oportunidades y el eran
invictos en el Campeonato secreto “Guiness UpsideDown”. Los compartimentos de Guiness
jamás habian sido descubiertos. Sus reputaciones de campeones, intactas
Pedro murió de una sobredosis de ibuprofeno.
La policia curiosamente encontro el closet lleno de trajes que fueron donados
al Ejercito de Salvacion como parte de su aporte a la comunidad. Los miembros
de la banda de Pedro, todos millonarios a esta altura, decidieron que estaban
ancianos para continuar en la vida delictiva y no disfrutar de la fortuna de
sus armarios, empacaron todos sus trajes y se mudaron a distantes islas caribeñas.
Muchos de ellos desaparecieron en forma inexplicable sin dejar rastro pero se
vio a algunos de los residentes locales luciendo trajes de brillantes colores
muy distantes de la moda local. Algunos hasta trataron de ubicar al diseñador
pero ninguno de los trajes tenía etiqueta.
Anastasio cerró todos sus
restaurantes y abrió un puesto de bananas fritas en las playas de Copacabana,
donde disfrutaba del sol, la cacacha y todos los duros acumulados en su armario
del apartamento frente al mar.
Modesto, ya anciano, volvió a
Negueira de Muñiz, compró la devenida Osteria “Mala Noche” donde los únicos que
comían eran las ratas gigantes, la llamó “La Buena Pata”, disenó un nuevo menu
donde las Gambas al Ajillo se llamarian “Gambas de Valor” y las patatas “Patas
Bravas”. Sólo unos pocos entendieron el significado oculto de cada plato, pero
Modesto sabía que nada hubiera sido posible sin los oscuros misterios de la
sastrería.
La tumba de Modesto se colocó al
lado de la de Salomón, en una jugarreta maliciosa de la Intendencia. Su lápida,
en un mensaje acotado y a medida decía “Aqui descansa Modesto Barroso, chef,
tapicero y sastre. Ya no toma más pedidos”
Todos los trajes de Modesto se
donaron prontamente a la Casa del Teatro donde se usaron para practicar artes
de circo y candombe.
Junio 2015